Daniel Cuesta Gómez, sj
Revista Comunidad, diócesis de Salamanca, Marzo de 2010
Vivimos un tiempo que no es el de hace años. Hoy los seminarios y las casas de formación no están llenos como solían, en las iglesias no hay tanta gente joven y la imagen social del sacerdote está deformada y muy poco valorada. Es cierto que la gente necesita a los sacerdotes y espera que haya al menos uno en los momentos más importantes de su vida: el bautismo, la comunión, el matrimonio o el entierro. Pero para la mayoría de la gente eso es suficiente y son pocos los que se preguntan qué pasará en un futuro, y muchos menos se plantean si Dios les estará llamando para que den su vida. Ante esta realidad tampoco creo que la solución sea ponernos pesimistas y a pensar que esto se acaba, que las cosas no son como antes y que es inútil hacer cualquier esfuerzo porque los resultados van a ser siempre los mismos.
Vivimos tiempos distintos, tal vez más difíciles, pero eso no quiere decir que sean peores. La vida cristiana nunca fue fácil, siempre tuvo algo de reto, y está bien que hoy nos encontremos en esta encrucijada porque tal vez esto nos haga salir del letargo. Esta situación nos obliga a preguntarnos por un lado qué es lo que Dios nos está queriendo decir con estas circunstancias y por el otro qué podemos hacer hoy para salir al paso, confiando en su ayuda.
De todas formas, no creo que todo sea negativo, pues esta sería una visión parcial y sesgada de la realidad. Hay un hecho, y es que no todo son críticas y ataques a la Iglesia y a los sacerdotes. Suele ocurrir que al hablar en confianza, muchos de los que critican a la Iglesia como institución, salven de la quema a algunos sacerdotes que, en la gran mayoría de los casos suelen ser los únicos que conocen. La gente no es tan dura como parece, o como solemos creer. Muchos de ellos tienen un deseo de “algo más”, y ven en los cristianos de su entorno gente que se da por los demás, que transmite confianza y que vive su vida con sentido. Luego hay algo de atrayente, algo que es nuevo y distinto en la vida del cristiano en general y del sacerdote en particular, pero ¿qué es esto y cómo se transmite?
Reflexionando sobre los momentos de mi vida que me han hecho plantearme el sacerdocio como opción, me doy cuenta de que en ellos estaban presentes las acciones de Jesús en la Última Cena. Es decir, cuando me he planteado seriamente mi vocación ha sido al ver ejemplos de otras personas que vivían conforme al mandamiento del amor, que lavaban los pies a los demás y que entregaban su vida junto al pan y el vino en el altar. Estos testimonios, unidos a oraciones y reflexiones en las que el Señor se hacía presente, hacían que sintiera que el Dios me llamaba a esto, a colaborar con él, a imitarle y a poner toda mi vida en juego por amor como hizo él en aquella noche de Jueves Santo.
Creo que en estos tres momentos del mandamiento del amor, lavatorio de los pies, y fracción del pan, está condensada la vocación al sacerdocio. Y pienso que muchas veces nos lo jugamos todo en ellos para hacer atractiva esta opción de vida a gente más joven y que quizá se esté planteando la posibilidad del sacerdocio, pero que tiene miedo a dar el paso.
Son muchos los que valoran el vivir desde el amor. Todavía más los que tienen ganas de hacer algo grande por los demás. Sin embargo la entrega para toda la vida, da más miedo. Vivimos en un momento en el que a los jóvenes nos asustan los grandes compromisos. Es normal que pensemos primero en darnos poquito a poco que en entregar toda la persona de una vez como exige la vocación cristiana.
Ante este hecho, podemos cruzarnos de brazos, lamentarnos, o más bien examinarnos y pensar ¿cómo puedo yo, como cristiano hacer más presente a Jesús y lograr así que otros se sientan llamados y venzan sus miedos al compromiso? Esta es una pregunta para la que no tengo respuesta, supongo que tendré que irla respondiendo a lo largo de la vida, viviéndola en profundidad y sobre creyendo en aquello que trato de transmitir.
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